sábado, mayo 06, 2006

07 ☆ Cosas que me gustan

El día no le había deparado nada especial. Miró hacia su cama y pensó que le gustaría tumbarse en ella y no levantarse en tres días. Miró el reloj de encima su escritorio: las dos y cuarenta y tres de la madrugada. Llevaba semanas yéndose a dormir muy tarde. Se tumbó. Media hora después seguía dando vueltas en la cama, pensando. El calor y las preocupaciones no le dejaban dormir. Cogió la libreta que tenía para los dias tristes y leyó:

- Cosas que me gustan:
El olor a hierba cortada

El olor a hierba mojada

Las fotos con cielos azules

Tener mariposas en el estomago

Comer cosas blanditas

El chocolate

Taparme con una manta los días que hace frío

Las camisetas a rallas y con lunares y las chapas

Hacer fotos cuando me apetece hacerlas, cuando veo algo que me gustaría fotografiar

Andar por caminos de piedras pequeñas

Pasear por calles estrechas

Tumbarme en la playa bajo el sol

Despertarme un domingo y quedarme en cama un par de horas soñando e imaginando cosas, montándome historias bonitas para acabar bien la semana

No continuó leyendo. Era domingo (por la madrugada, claro). Dejó la libreta en su sitio con una sonrisa en la cara. Se fue a dormir más animada, por la mañana tendría un par de horas para soñar despierta.

lunes, mayo 01, 2006

06 ☆ La honradez olvidada

- Departamento de objetos perdidos, buenas tardes. ¿En qué podemos ayudarle?
- Mire, quería saber si alguien había traído una bolsa.
- ¿una bolsa?
- Sí, una bolsa de tela negra con un paquete envuelto dentro.
- ¿Y porqué tendrían que traerla una bolsa, aquí?
- ¿No es esto la sección de objetos perdidos?
- Sí, pero hace años que no nos traen nada. Solo niños. Puedes encontrarte una chaqueta o un jersey y quedártelo, que nadie te dirá nada. Al contrario, te admirarán por la suerte que tienes y te felicitarán. No se pondrá en cuestión tu integridad. Pero si encuentras un niño es diferente, no te lo puedes quedar.
- Bueno, pues gracias por las molestias.
- De nada, que pase un buen día.


Agnese colgó el teléfono. Se puso el jersey de punto azul marino y se sentó en la silla. Vio el balcón abierto y decidió cerrarlo, porque empezaba a tener frío. Se acercó al balcón y miró la calle llena de gente: unos niños que jugaban en la plaza, un hombre que compraba el diario al quiosquero de delante y, de repente, vio pasar un maletín marrón delante suyo. Había caído del piso de arriba, de donde hacía rato que se oían gritos. Se asomó del todo al balcón y vio caer unas cajas de CDs de música, una de las cuales se abrió antes de llegar al suelo y el CD de dentro salió volando. Libros. Revistas. Unos zapatos de hombre del número 45. Todo iba cayendo del piso de arriba obligando a los viandantes de la calle a pasar corriendo si no querían ser atacados por algún objeto extraño. Agnese se preguntó si los vecinos habían comprado todas esas cosas o también habían encontrado alguna y habían presumido de ello después con los amigos.


Los gritos eran cada vez más fuertes. ¿Cuánto hacía que habían cambiado tanto las cosas? La gente se encontraba algo e la calle y ni se planteaba devolverla a su respectivo dueño. Las parejas parecían competir entre ellas para conseguir el mayor número de bodas y divorcios. La decadencia de los valores del
respecto y la honradez habían dado paso a esa nueva Roma, la Roma amoral.
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